Tras su administración oral, los efectos del LSD comienzan a manifestarse entre los 30 y 90 minutos, alcanzando su máximo impacto entre las 3 y 5 horas, y pueden prolongarse durante 8 a 12 horas, aunque en algunos casos se han reportado sensaciones residuales que duran incluso varios días.
Esta sustancia psicodélica provoca una amplia gama de efectos físicos como dilatación de pupilas, náuseas, aumento de la temperatura corporal, frecuencia cardíaca y presión arterial, sudoración, temblores, sequedad de boca, pérdida de apetito y somnolencia.
En el nivel psicológico, se observan fenómenos como aceleración del pensamiento, intensificación de los sentidos, alucinaciones visuales y auditivas, distorsión del tiempo y del espacio, cambios emocionales intensos, creatividad, introspección y, en algunos casos, experiencias espirituales o de conexión profunda con uno mismo, con otras personas o con la naturaleza.
Sin embargo, los efectos del LSD son altamente imprevisibles, ya que dependen no solo de la dosis, sino también de factores individuales como la personalidad, el estado de ánimo y las expectativas del usuario. Esta variabilidad puede dar lugar a experiencias abrumadoras o desagradables, conocidas como “mal viaje”, caracterizadas por ansiedad, paranoia, pensamientos intrusivos o sensación de pérdida de control.
Además, existe el riesgo de accidentes físicos debido a la alteración perceptiva, y en personas con predisposición a trastornos mentales, el LSD puede desencadenar o agravar crisis psicóticas o depresivas. En casos raros, se han reportado flashbacks, es decir, la reaparición espontánea de fragmentos de la experiencia días o semanas después del consumo.
Riesgos relacionados con la tolerancia y la dependencia
Aunque el LSD no genera dependencia físico, su uso repetido puede llevar al desarrollo de tolerancia rápida, lo que significa que, tras varios días de consumo consecutivo, se requieren dosis mayores para alcanzar los mismos efectos psicodélicos.
Esta tolerancia se desarrolla de forma cruzada (el uso repetido de una sustancia reduce la sensibilidad del organismo no solo a esa sustancia, sino también a otras que actúan sobre los mismos receptores o mecanismos neuroquímicos) con otras sustancias alucinógenas como la psilocibina o la mescalina, y suele revertirse tras unos pocos días de abstinencia.
Si bien el LSD no produce un síndrome de abstinencia físico, puede generar dependencia psicológica, especialmente en personas que buscan escapar de la realidad o repetir experiencias intensas.
El uso frecuente también puede aumentar el riesgo de efectos adversos como ansiedad, desorganización del pensamiento o episodios psicóticos, particularmente en personas con vulnerabilidad a trastornos mentales.
Por ello, aunque el LSD no sea adictivo en términos tradicionales, su consumo reiterado sin supervisión ni integración puede conllevar riesgos significativos para la salud mental y el bienestar emocional.